Odio no encender el cigarrillo a la primera.La piedra del mechero y lo resbaladizo de mis aletas hacen que siempre necesite tres intentos. Adoro fumar desde que una noche descuidé un mal polvo para encenderme un piti. Sentirme el imbécil de una película americana en blanco y negro para olvidar mi anaranjada piel siempre fue una absurda fantasía que mordía lo inservible y repetido de mi cerebro. El fuego de un incendio en un sueño me despertó hinchado como una patata, sin una sola gota de oxígeno y a punto de morir. Algo debió ocurrir minutos después. El hinchazón desapareció. Yo comía galletitas de pescado y aleteaba ignorante y feliz junto a Madres.