..".una noche contactó con él una mujer. Le ofreció unos honorarios muy modestos por ocuparse de un caso. No le quiso explicar nada por teléfono. Le sometió a un desvergonzado interrogatorio sobre su ética profesional. Y cuando él aceptó el encargo, se limitó a darle el nombre y la dirección del cliente. Se llamaba Cecilia Azuaga y su voz de operadora de línea erótica en pleno acto le embruteció. Por primera vez, desde que se dejó tentar por la profesión, tuvo la intuición de que aquel caso le obligaría a ser un auténtico detective... Se veía sonsacando información a los testigos, regateando con sus confidentes, recorriendo tugurios y mezclándose con indeseables..."